La metáfora
del canto de las sirenas es parte del habla popular. Con ella se quiere
significar situaciones en las cuales determinados grupos resultan atraídos,
embriagados y subyugados por la aparente belleza de algo que luego acaba en el
fiasco o en el perjuicio. Las sirenas son parte de muchas mitologías, pero sus
hazañas más famosas –al menos en el mundo occidental – tienen que ver con
episodios de la mitología griega.
En la historia
más conocida, Odiseo, volviendo a su reino en Itaca luego de 10 años de
guerrear en Troya, se las encuentra mientras navega. Habiendo sido advertido del
poder irresistible y funesto de su canto, Odiseo tapa con cera los oídos de
todos sus remeros pero reserva para él una estratagema alternativa: se ata al
mástil de su barco y ordena que si, por obra del hechizo, pidiese que lo
liberasen, sus marineros estaban obligados a reforzar aún más las ataduras. La
historia no explica por qué Odiseo esperaba que sus marineros oyeran sus
alaridos suplicantes, siendo que todos tenían los oídos tapados, pero eso a
Homero le debió importar muy poco. La
otra aparición estelar de las sirenas se da cuando Jason y sus argonautas regresan a Grecia desde Colquis, en la costa del Mar Negro, luego de hacerse del vellocino de
oro. Sabedor, al igual que Odiseo, de la presencia de estos seres, Jason había decidido atinadamente incluir en su tripulación a Orfeo, un tipo que no servía para remar pero que
tenía una virtud extraordinaria: tocaba la lira como los dioses (en sentido
literal). Cuando, desde el silencio de la cubierta del Argo, Jason oyó el canto
de las sirenas, le ordenó a Orfeo que tocase la lira: su música era tan bella
que los remeros despreciaron el canto de las sirenas y prosiguieron su marcha
hacia el Mar Negro.
Yo sé que las
parábolas son muchas veces insoportables, pero creo que en la elección de ayer
pasó algo por el estilo: las sirenas cantaron, su música fue previsiblemente
atractiva para muchos, y nosotros optamos por la opción de Odiseo: propusimos
que el pueblo se atase temerosamente al palo del presente, en vez de tocar más
lindo. Así fue nuestra campaña: “Macri No”, gritamos todos, pero de Scioli y de
nuestro proyecto de (necesarios) cambios dijimos
poco. Le dijimos que el tipo que le gustaba era ruin y horrible, pero no logramos enamorarla. Con todo, perdimos por escaso
margen, pero la lógica del ballotage es implacable y binaria, una situación de
todo o nada.
Aun sin haber
asumido, el proyecto maquillado bajo vagos mantos simbólicos, indefinidos y
livianitos, empieza a mostrar las aristas que hasta ayer logró exitosamente
ocultar a las mayorías: el apresurado y torpe editorial del diario La Nación de hoy – el cual se reconoce
la pluma reaccionaria y ampulosa de ¿Massot? ¿Reato?- es el mentís más rotundo
a la chantada de respiración profunda y globitos de colores, poniendo de
relieve al menos una parte de las facciones que constituye el verdadero núcleo
ideológico de Cambiemos. La renuncia de Sanz –un mediocre dirigente al que la
historia recordará simplemente como el sepulturero de la largamente agonizante
Unión Cívica Radical- no puede ser vista
como otra cosa que las burbujas que saltan desde un caldero donde se cuecen
asuntos mucho más densos vinculados al ejercicio concreto del poder.
De nuestro
lado, se impone la inteligencia, la prudencia y la vocación de construir
proyectos de mayorías, ocupando aquellos espacios que el nuevo oficialismo no
consiga ocupar o donde, por sus propias contradicciones, deje la tierra arrasada y yerma tras las
batallas. Las miras deberán enfocarse en defender el corazón de las conquistas
sociales, los derechos adquiridos y los patrimonios recuperados, pero también habrá que saber mostrarse en la capacidad de superar algunos de los lastres que cargamos durante 12 años y tener propuestas y discusión respecto de temas acuciantes aun no resueltos.
Macri - juego doble contra sencillo- no
tardará en encontrarse arrastrado por la demanda de sus propios capataces: ahí
estarán los que reclamen volver al ciclo de endeudamiento, privatizaciones y
ajuste. Debería ser suficiente para que el verdadero signo del cambio se
muestre diáfanamente. El resto –como escribió otro Homero, mucho más acá en el
tiempo- es dialéctica pura.